Cultura Bíblica
En
el presente artículo comentaremos a propósito de por qué Jesús no solamente
habló de los misterios del Reino sino también sobre actitudes prácticas y
cotidianas, asignándoles un valor religioso.
Una
de las grandes diferencias entre la religiosidad hebrea y la filosofía griega
era que, a pesar de haber llegado ambas a concebir que sólo podía existir un
solo Dios, los filósofos, especialmente los neoplatónicos, afirmaban que era
tan perfecto y tan espiritual que el contacto con la humanidad y el mundo
material era imposible. Mientras los hebreos afirmaban que Dios intervenía en
la historia del pueblo para ofrecer la salvación, la fe cristiana va aún más
allá que los hebreos al afirmar que Dios se ha encarnado. A pesar de que la
religiosidad hebrea podía hablar con Dios por medio de los Salmos y afirma
tener en la Ley de Moisés la expresión misma de la voluntad y la sabiduría
divinas, nunca pudo concebir que algún ser humano dijera “yo soy Dios”, como
vemos que Jesús lo hizo ante el Sumo Sacerdote y por ello fue condenado a
muerte. Dentro de la perspectiva cristiana de la encarnación de Dios, es decir,
Dios presente en la persona misma de Jesús, ocurre una gran transformación a
propósito de lo que debe considerarse lugar sagrado, persona sagrada y acciones
sagradas. El lugar de contacto entre Dios y su pueblo en el Antiguo Testamento
fue por excelencia el Templo de Jerusalén. No concebían que Dios cupiera en el
Templo pero sí aceptaban que Dios había escogido este lugar para manifestar su
gloria y allí recibir el culto que el pueblo le brindaba. Jesús declaró que el
Templo era su propio cuerpo y que los verdaderos adoradores habrían de adorar a
Dios en espíritu y en verdad. Por lo tanto donde dos o más se reúnen en el
nombre de Jesús allí está Jesús y el Padre, aquel sitio por tanto se convierte
en lugar “sagrado” en cuanto es sitio de encuentro entre Dios y las personas.
Igualmente Jesús al decir: “lo que hiciste a uno de estos más pequeños a mí me
lo hiciste” abre una nueva perspectiva de lo que consideramos personas
sagradas. Los sacerdotes representan a Dios frente al pueblo, pues bien Jesús
quiso que los pobres, los pequeños y los necesitados lo representaran. Por
supuesto que no va en contra del ministerio sacerdotal pues por medio de éstos,
Cristo sumo y eterno, incluso el único sacerdote de la Nueva Alianza, realiza
los signos de salvación, es decir, los sacramentos. Las acciones sagradas también
sufren una transformación, pues las obras de misericordia son declaradas como
servicios prestados al mismo Dios. Cuando Jesús dice a los discípulos consejos
sobre qué lugares escoger o a quien invitar a un banquete, tiene en mente que
estas actividades también están relacionadas con el Reino de Dios o, más bien,
con la forma en que cada uno se orienta hacia este Reino
http://bit.ly/1e3ZmZr
https://www.facebook.com/media/set/?set=a.512921915448055.1073742
En
el presente artículo comentaremos a propósito de por qué Jesús no solamente
habló de los misterios del Reino sino también sobre actitudes prácticas y
cotidianas, asignándoles un valor religioso.
Una
de las grandes diferencias entre la religiosidad hebrea y la filosofía griega
era que, a pesar de haber llegado ambas a concebir que sólo podía existir un
solo Dios, los filósofos, especialmente los neoplatónicos, afirmaban que era
tan perfecto y tan espiritual que el contacto con la humanidad y el mundo
material era imposible. Mientras los hebreos afirmaban que Dios intervenía en
la historia del pueblo para ofrecer la salvación, la fe cristiana va aún más
allá que los hebreos al afirmar que Dios se ha encarnado. A pesar de que la
religiosidad hebrea podía hablar con Dios por medio de los Salmos y afirma
tener en la Ley de Moisés la expresión misma de la voluntad y la sabiduría
divinas, nunca pudo concebir que algún ser humano dijera “yo soy Dios”, como
vemos que Jesús lo hizo ante el Sumo Sacerdote y por ello fue condenado a
muerte. Dentro de la perspectiva cristiana de la encarnación de Dios, es decir,
Dios presente en la persona misma de Jesús, ocurre una gran transformación a
propósito de lo que debe considerarse lugar sagrado, persona sagrada y acciones
sagradas. El lugar de contacto entre Dios y su pueblo en el Antiguo Testamento
fue por excelencia el Templo de Jerusalén. No concebían que Dios cupiera en el
Templo pero sí aceptaban que Dios había escogido este lugar para manifestar su
gloria y allí recibir el culto que el pueblo le brindaba. Jesús declaró que el
Templo era su propio cuerpo y que los verdaderos adoradores habrían de adorar a
Dios en espíritu y en verdad. Por lo tanto donde dos o más se reúnen en el
nombre de Jesús allí está Jesús y el Padre, aquel sitio por tanto se convierte
en lugar “sagrado” en cuanto es sitio de encuentro entre Dios y las personas.
Igualmente Jesús al decir: “lo que hiciste a uno de estos más pequeños a mí me
lo hiciste” abre una nueva perspectiva de lo que consideramos personas
sagradas. Los sacerdotes representan a Dios frente al pueblo, pues bien Jesús
quiso que los pobres, los pequeños y los necesitados lo representaran. Por
supuesto que no va en contra del ministerio sacerdotal pues por medio de éstos,
Cristo sumo y eterno, incluso el único sacerdote de la Nueva Alianza, realiza
los signos de salvación, es decir, los sacramentos. Las acciones sagradas también
sufren una transformación, pues las obras de misericordia son declaradas como
servicios prestados al mismo Dios. Cuando Jesús dice a los discípulos consejos
sobre qué lugares escoger o a quien invitar a un banquete, tiene en mente que
estas actividades también están relacionadas con el Reino de Dios o, más bien,
con la forma en que cada uno se orienta hacia este Reino
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