Editorial: La tragedia de ser migrante
Los inmigrantes en el mundo se han convertido en un
“problema” que alcanza dimensiones de tragedia humanitaria ante la indiferencia
y la insensibilidad de quienes deben tomar medidas políticas y económicas al
respecto.
Hace apenas un par de meses, el Papa Francisco realizó su
primera visita fuera de Roma, al enterarse del naufragio –frente a las costas
de Italia–, de una barcaza llena de inmigrantes africanos. La homilía que
pronunció en la Misa que celebró en Lampedusa, lugar de innumerables tragedias
de este tipo, comenzó con estas palabras:
“Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en
lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte… Desde
que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces
repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como una espina en
el corazón que causa dolor”.
Terminó diciendo el Santo Padre: “Me gustaría que nos
hiciésemos una tercera pregunta: ¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y
por hechos como éste? ¿Quién ha llorado por esas personas que iban en la barca?
¿Por las madres jóvenes que llevaban a sus hijos? ¿Por estos hombres que
deseaban algo para mantener a sus propias familias? Somos una sociedad que ha
olvidado la experiencia de llorar, de sufrir, ¡con la globalización de la indiferencia
nos han quitado la capacidad de llorar!”
Estas palabras del Santo Padre adquieren hoy toda su
actualidad en México, cuando acaba de ocurrir un accidente más, con la muerte
de muchos inmigrantes, en esa absurda travesía de un tren de carga, que recorre
todo nuestro territorio desde el sur hasta la frontera con los Estados Unidos.
Un tren con vías descuidadas y vagones obsoletos, llamado popularmente, con
amargo realismo, “la bestia”, es decir, algo salvaje y destructivo, donde las
principales víctimas son muchos de nuestros hermanos centroamericanos.
Incontables veces y de las formas más variadas –incluyendo
la voz de la Iglesia– se ha denunciado el atropello del que son objeto nuestros
hermanos empobrecidos de Centroamérica: extorsionados por las autoridades de
Migración, saqueados por la delincuencia común y ultrajados por el crimen
organizado.
Muchos buenos mexicanos les ayudan en su paso. Algunos
albergues les apoyan y los reciben, recordándoles su dignidad humana y su valor
como personas, pero el sistema en general sigue sordo y ciego ante esta
realidad de todos los días. Sólo tiene una tibia reacción cuando llega el día
de la tragedia.
De alguna manera, todos somos responsables: ¿qué están
haciendo las autoridades de la Secretaría de Gobernación? ¿qué hacen nuestros
legisladores? ¿cuál es la respuesta de las organizaciones de la sociedad civil?
¿qué están haciendo las comisiones de derechos humanos? La realidad es que poco
podemos esperar del sistema corrupto y desorganizado de las autoridades de
Migración.
La sociedad no puede seguir con los brazos cruzados ante la
tragedia de pobreza y humanidad de todos los días. Debemos recuperar la
capacidad de llorar, como dice el Papa Francisco, es decir, la capacidad de
conmovernos, de indignarnos y de actuar para que nuestro mundo sea más justo;
no podemos dejarnos llevar por la globalización de la indiferencia.
Nuestros migrantes en los Estados Unidos libran su propia
lucha, ¿qué hacemos por los que recorren nuestros caminos y ciudades?
http://bit.ly/1e3Zrfr
https://www.facebook.com/media/set/?set=a.512921915448055.1073742
Los inmigrantes en el mundo se han convertido en un
“problema” que alcanza dimensiones de tragedia humanitaria ante la indiferencia
y la insensibilidad de quienes deben tomar medidas políticas y económicas al
respecto.
Hace apenas un par de meses, el Papa Francisco realizó su
primera visita fuera de Roma, al enterarse del naufragio –frente a las costas
de Italia–, de una barcaza llena de inmigrantes africanos. La homilía que
pronunció en la Misa que celebró en Lampedusa, lugar de innumerables tragedias
de este tipo, comenzó con estas palabras:
“Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en
lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte… Desde
que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces
repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como una espina en
el corazón que causa dolor”.
Terminó diciendo el Santo Padre: “Me gustaría que nos
hiciésemos una tercera pregunta: ¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y
por hechos como éste? ¿Quién ha llorado por esas personas que iban en la barca?
¿Por las madres jóvenes que llevaban a sus hijos? ¿Por estos hombres que
deseaban algo para mantener a sus propias familias? Somos una sociedad que ha
olvidado la experiencia de llorar, de sufrir, ¡con la globalización de la indiferencia
nos han quitado la capacidad de llorar!”
Estas palabras del Santo Padre adquieren hoy toda su
actualidad en México, cuando acaba de ocurrir un accidente más, con la muerte
de muchos inmigrantes, en esa absurda travesía de un tren de carga, que recorre
todo nuestro territorio desde el sur hasta la frontera con los Estados Unidos.
Un tren con vías descuidadas y vagones obsoletos, llamado popularmente, con
amargo realismo, “la bestia”, es decir, algo salvaje y destructivo, donde las
principales víctimas son muchos de nuestros hermanos centroamericanos.
Incontables veces y de las formas más variadas –incluyendo
la voz de la Iglesia– se ha denunciado el atropello del que son objeto nuestros
hermanos empobrecidos de Centroamérica: extorsionados por las autoridades de
Migración, saqueados por la delincuencia común y ultrajados por el crimen
organizado.
Muchos buenos mexicanos les ayudan en su paso. Algunos
albergues les apoyan y los reciben, recordándoles su dignidad humana y su valor
como personas, pero el sistema en general sigue sordo y ciego ante esta
realidad de todos los días. Sólo tiene una tibia reacción cuando llega el día
de la tragedia.
De alguna manera, todos somos responsables: ¿qué están
haciendo las autoridades de la Secretaría de Gobernación? ¿qué hacen nuestros
legisladores? ¿cuál es la respuesta de las organizaciones de la sociedad civil?
¿qué están haciendo las comisiones de derechos humanos? La realidad es que poco
podemos esperar del sistema corrupto y desorganizado de las autoridades de
Migración.
La sociedad no puede seguir con los brazos cruzados ante la
tragedia de pobreza y humanidad de todos los días. Debemos recuperar la
capacidad de llorar, como dice el Papa Francisco, es decir, la capacidad de
conmovernos, de indignarnos y de actuar para que nuestro mundo sea más justo;
no podemos dejarnos llevar por la globalización de la indiferencia.
Nuestros migrantes en los Estados Unidos libran su propia
lucha, ¿qué hacemos por los que recorren nuestros caminos y ciudades?
http://bit.ly/1e3Zrfr
https://www.facebook.com/media/set/?set=a.512921915448055.1073742
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