La fe del profeta Isaías
El llamado
El prefacio de la santa Misa es un poema, un canto solemne,
que celebra la fe de nuestro pueblo. En él se explica el motivo de la fiesta
del día y lo convierte en alabanza a Dios, alabanza justa y necesaria, acción
de gracias al Padre por su Hijo Jesucristo. Este solemne canto llega a su
culmen con una aclamación angelical. Los ángeles nos prestan su voz para
entonar con ellos el canto eterno del Santo: “Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.” Este
canto que entonamos en cada una de nuestras Misas es, según el profeta Isaías,
el canto de los ángeles en el cielo.
El profeta Isaías nos abre su corazón y nos permite
compartir con él el íntimo momento en el que Dios lo llamó para ser su profeta.
Nos habla de su visión de la gloria de Dios en el templo de Jerusalén, de su
temor a morir porque ha visto a Dios y de su vergüenza ante la santidad de Dios
porque él es un hombre de labios impuros en medio de un pueblo de labios
impuros. No se siente digno de Dios, pero Dios lo hace digno. Uno de los
ángeles que alaban cantando al Señor, toma una braza encendida del altar del
templo y con ella purifica los labios de Isaías. La maldad y la culpa del
hombre son perdonadas por Dios.
Fortalecido con la
gracia divina, Isaías está dispuesto a cumplir con la misión que Dios le quiere
confiar: “Aquí estoy, envíame”.
Y Dios lo envío a ser su mensajero, a ser el hombre que
habla de Dios a su pueblo. El hombre que sigue hablando palabras de Dios.
Un hombre de su
tiempo y del nuestro
Isaías nació en Jerusalén hacia el año 765 antes de Cristo,
hijo de Amós y perteneciente a una familia noble y poderosa. Le tocó profetizar
en medio de una sociedad próspera a la que él mismo pertenecía, y en ella se movió
como pez en el agua. Los conocía y lo conocían. Era un hombre culto y hablaba
con propiedad y elegancia, se le considera uno de los mejores poetas del
Antiguo Testamento. A veces pensamos que un profeta es el que predice el
futuro, pero el término se refiere más bien al que habla en el nombre de Dios;
pero en Isaías se da también la cualidad de visionario, el carisma de anunciar
lo que va a suceder muchos siglos después para que cuando suceda lo anunciado
nos demos cuenta de que el plan de Dios se va cumpliendo; por eso es frecuente
que cuando leemos los santos Evangelios se nos recuerde que tal o cual
acontecimiento sucede para que se cumpla la profecía. Podemos pensar que este
profeta fue también un evangelista que anuncia la buena nueva del Hijo de Dios
que nos salva, a pesar de haber vivido ocho siglos antes de Jesús.
El Nombre de Isaías es ya un aviso de esta salvación porque
significa “Iahveh es la salvación”.
Isaías, voz de
Dios
El reino de Judá, compuesto por las tribus de Judá y de Leví
después de la separación de los dos reinos, vivió en tiempos de Isaías un
periodo de prosperidad debido a la paz lograda por la sabiduría de sus reyes.
Una paz constantemente amenazada por los reinos vecinos que veían en Judá un
pueblo fácil de conquistar.
La prosperidad trae riqueza y esplendor, lujo y ostentación
de las clases dominantes, pero también trae opresión de las clases más pobres
que, con sus impuestos, pagan el lujo de los señores. La prosperidad causa un
sentimiento de autosuficiencia y un alejamiento de Dios a quien, sin embargo,
se le trata de tener contento con fiestas y sacrificios.
Isaías denunció el sin sentido de un culto que no consiste
en el amor al prójimo y en la justicia. A Dios no le gusta el lujo, le gusta
que se ame a sus pobres y se les dé la mano.
Isaías fue también un político. Aconsejó a los reyes y a
veces le hacían caso, a veces hacían su propia voluntad. Isaías experimentó la
derrota y supo desaparecer del panorama político hasta que llegó otro rey que era
dócil a la voluntad de Dios.
Isaías nos habla de
Jesús
Cuando san Mateo en su Evangelio nos habla del nacimiento de
Jesús, nos dice: Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había
anunciado por el Profeta: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien
pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: "Dios con
nosotros". (Mt 1, 22-23)
Este anuncio profético y los que le siguen nos hablan de
Jesús en su nacimiento, pero hay otros textos de Isaías que nos hablan del
Siervo de Iahveh al que los biblistas identifican con Cristo, y lo hace de tal
manera que parece que Isaías estuvo presente en la Pasión, Muerte y Resurrección
de Jesucristo. Los evangelistas lo citan continuamente cuando nos hablan de la Pasión
de Cristo y nos dicen que todo eso sucedió para que cumpliera la profecía.
La muerte de Isaías
A Isaías le tocó vivir durante el reinado de cuatro reyes,
pero algunos autores apócrifos prolongan más su vida y nos dicen que murió
sentenciado a morir aserrado por la mitad, con una sierra de madera. De esto no
hay constancia bíblica.
https://www.facebook.com/media/set/?set=a.512921915448055.1073742
El llamado
El prefacio de la santa Misa es un poema, un canto solemne,
que celebra la fe de nuestro pueblo. En él se explica el motivo de la fiesta
del día y lo convierte en alabanza a Dios, alabanza justa y necesaria, acción
de gracias al Padre por su Hijo Jesucristo. Este solemne canto llega a su
culmen con una aclamación angelical. Los ángeles nos prestan su voz para
entonar con ellos el canto eterno del Santo: “Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.” Este
canto que entonamos en cada una de nuestras Misas es, según el profeta Isaías,
el canto de los ángeles en el cielo.
El profeta Isaías nos abre su corazón y nos permite
compartir con él el íntimo momento en el que Dios lo llamó para ser su profeta.
Nos habla de su visión de la gloria de Dios en el templo de Jerusalén, de su
temor a morir porque ha visto a Dios y de su vergüenza ante la santidad de Dios
porque él es un hombre de labios impuros en medio de un pueblo de labios
impuros. No se siente digno de Dios, pero Dios lo hace digno. Uno de los
ángeles que alaban cantando al Señor, toma una braza encendida del altar del
templo y con ella purifica los labios de Isaías. La maldad y la culpa del
hombre son perdonadas por Dios.
Fortalecido con la
gracia divina, Isaías está dispuesto a cumplir con la misión que Dios le quiere
confiar: “Aquí estoy, envíame”.
Y Dios lo envío a ser su mensajero, a ser el hombre que
habla de Dios a su pueblo. El hombre que sigue hablando palabras de Dios.
Un hombre de su
tiempo y del nuestro
Isaías nació en Jerusalén hacia el año 765 antes de Cristo,
hijo de Amós y perteneciente a una familia noble y poderosa. Le tocó profetizar
en medio de una sociedad próspera a la que él mismo pertenecía, y en ella se movió
como pez en el agua. Los conocía y lo conocían. Era un hombre culto y hablaba
con propiedad y elegancia, se le considera uno de los mejores poetas del
Antiguo Testamento. A veces pensamos que un profeta es el que predice el
futuro, pero el término se refiere más bien al que habla en el nombre de Dios;
pero en Isaías se da también la cualidad de visionario, el carisma de anunciar
lo que va a suceder muchos siglos después para que cuando suceda lo anunciado
nos demos cuenta de que el plan de Dios se va cumpliendo; por eso es frecuente
que cuando leemos los santos Evangelios se nos recuerde que tal o cual
acontecimiento sucede para que se cumpla la profecía. Podemos pensar que este
profeta fue también un evangelista que anuncia la buena nueva del Hijo de Dios
que nos salva, a pesar de haber vivido ocho siglos antes de Jesús.
El Nombre de Isaías es ya un aviso de esta salvación porque
significa “Iahveh es la salvación”.
Isaías, voz de
Dios
El reino de Judá, compuesto por las tribus de Judá y de Leví
después de la separación de los dos reinos, vivió en tiempos de Isaías un
periodo de prosperidad debido a la paz lograda por la sabiduría de sus reyes.
Una paz constantemente amenazada por los reinos vecinos que veían en Judá un
pueblo fácil de conquistar.
La prosperidad trae riqueza y esplendor, lujo y ostentación
de las clases dominantes, pero también trae opresión de las clases más pobres
que, con sus impuestos, pagan el lujo de los señores. La prosperidad causa un
sentimiento de autosuficiencia y un alejamiento de Dios a quien, sin embargo,
se le trata de tener contento con fiestas y sacrificios.
Isaías denunció el sin sentido de un culto que no consiste
en el amor al prójimo y en la justicia. A Dios no le gusta el lujo, le gusta
que se ame a sus pobres y se les dé la mano.
Isaías fue también un político. Aconsejó a los reyes y a
veces le hacían caso, a veces hacían su propia voluntad. Isaías experimentó la
derrota y supo desaparecer del panorama político hasta que llegó otro rey que era
dócil a la voluntad de Dios.
Isaías nos habla de
Jesús
Cuando san Mateo en su Evangelio nos habla del nacimiento de
Jesús, nos dice: Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había
anunciado por el Profeta: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien
pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: "Dios con
nosotros". (Mt 1, 22-23)
Este anuncio profético y los que le siguen nos hablan de
Jesús en su nacimiento, pero hay otros textos de Isaías que nos hablan del
Siervo de Iahveh al que los biblistas identifican con Cristo, y lo hace de tal
manera que parece que Isaías estuvo presente en la Pasión, Muerte y Resurrección
de Jesucristo. Los evangelistas lo citan continuamente cuando nos hablan de la Pasión
de Cristo y nos dicen que todo eso sucedió para que cumpliera la profecía.
La muerte de Isaías
A Isaías le tocó vivir durante el reinado de cuatro reyes,
pero algunos autores apócrifos prolongan más su vida y nos dicen que murió
sentenciado a morir aserrado por la mitad, con una sierra de madera. De esto no
hay constancia bíblica.
https://www.facebook.com/media/set/?set=a.512921915448055.1073742
No hay comentarios.:
Publicar un comentario